El discípulo y la obediencia

Obedecer a Dios a través de su Palabra.

Este tema es tan importante que “obedecer” o “desobedecer” puede determinar el destino de toda persona.

Dios considera la obediencia superior a cualquier rito u obligación religiosa “…el obedecer es mejor que los sacrificios…” El término “obedecer” en hebreo significa literalmente “prestar atención a”. Y en el griego tiene el sentido de “oír debajo de”, o sea, oír bajo la autoridad o influencia de quien habla. “El principio de la obediencia está subordinado, o relacionado, al principio de la autoridad divina”. La obediencia está íntimamente vinculada a la fe. Al reconocer la autoridad soberana de Dios sobre nosotros y creer en Él y en sus promesas, le obedecemos.

En el Antiguo y en el Nuevo Testamento encontramos muchísimos ejemplos de hombres y mujeres de
Dios que obedecieron con devoción sus mandamientos.
Antiguo Testamento: Noé (Genesis 6.22)
Nuevo Testamento: Pablo (Hechos 26.19)

La obediencia, según definen los diccionarios, es el acto de someterse a la voluntad de alguien. Sin embargo, en esta lección usted va a aprender que, al tratarse del creyente, la obediencia no es tan limitada, como quieren los filólogos. Ella está profundamente vinculada a la fe mediante la cual se nos presenta a la presencia del Dios invisible, a quien voluntaria y conscientemente nos sometemos. Porque creemos en su soberanía sobre todas las cosas nos disponemos a vivir en obediencia a su Palabra, a la Iglesia y a quienes Él estableció para ministrar sobre su pueblo.

Ejemplos de obediencia

La obediencia es una virtud ejemplificada en todos los libros de la Biblia. En ella usted encuentra relatos
sobre la desobediencia y sus funestas consecuencias. Debemos observar estos ejemplos y sacar lecciones que nos ayuden a poner en práctica la obediencia y a no repetir los errores de los que no supieron honrar la confianza de Dios.

  1. La obediencia de Abraham. Dios le dio una orden al patriarca, basada en algunas condiciones: ¿Cuáles fueron? Lea Génesis 12.1. Usted descubrió que Abraham debía dejar su tierra, su parentela, la casa de sus padres e ir rumbo a una tierra distante, que no conocía. Estas condiciones implicaban fundamentalmente una cosa: obediencia. Queda claro, en el texto, que él dependería exclusivamente de la dirección de Dios. Usted descubrió incluso que la obediencia no sólo impone condiciones, sino que también trae privilegios. Abraham sería padre de una gran nación, bendecido, engrandecido y una bendición para todas las familias de la tierra. Y además: aquellos que lo bendijeran serían bendecidos; lo que lo maldijeran serían maldecidos. Vale recordar, por consiguiente, que todas las veces en que Dios le ordenó algo a alguien, el designio no era el obedecer por obedecer, o sencillamente para hacer valer su soberanía. Había un propósito previamente establecido. En este caso, el propósito mayor era formar una nación por la que el Redentor, Jesucristo, viniera al mundo. Si Abraham no obedecía, no podría tener el privilegio de constar en su biografía el registro de progenitor de la raza judía que trajo al Salvador de la humanidad. Otro hecho a destacar es que la obediencia del patriarca no fue un acto robótico, como si no tuviera personalidad. Él lo hizo al saber a quién estaba obedeciendo e impulsado por la fe. Por eso su nombre está en la galería de los héroes de la fe, en Hebreos 11. A pesar de que Abraham fue un ejemplo de obediencia, hubo un momento en su vida cuya precipitación trajo consecuencias drásticas que repercuten hasta los días de hoy. Fue cuando Dios le prometió un hijo en su vejez. Lea Génesis 15.1-16; 16.1-16. Inducido por Sara, su mujer, que ya no creía en su capacidad de engendrar, ni siquiera por intervención divina, Abraham acabó teniendo un hijo con su sierva Agar, fuera del plan de Dios. El resultado es que después surgieron los conflictos, sobre todo después que nació Isaac, el hijo de la promesa. Para resumir, aun hoy las consecuencias están ahí, con las hostilidades entre árabes, descendientes de Ismael, e israelitas, de Isaac.
  2. La obediencia de Pablo. El apóstol en cierta ocasión declaró: “No fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26.19). La frase aislada puede parecer simplista. Pero mirándola desde la perspectiva de la vida del apóstol, desde su conversión, se comprueba que ella refleja la realidad. Lea Hechos 9.15.
    Cuando Dios le ordenó a Ananías que visitara al apóstol, después del encuentro de este con Cristo, en el camino de Damasco, quedó claro, desde el inicio, su propósito para con el hasta entonces perseguidor del evangelio. Él era vaso escogido para proclamar la salvación a los gentiles.
    Ahora haga usted mismo una evaluación y vea si no fue esto mismo lo que ocurrió con Pablo. Fueron tres viajes misioneros, llegando a toda a Asia y también a Europa. En Roma, las paredes de la prisión domiciliaria no fueron suficientes para impedir que realizara su ministerio (Hechos 28.30).
    Desde allí irradió el evangelio no sólo por medio de quienes lo visitaban, sino mediante las varias cartas que desde allí escribió, junto a las otras escritas fuera de la cárcel. Pasaron a formar parte del canon —la santa Biblia— mediante el cual usted y yo somos hoy bendecidos. Se benefició todo el mundo por la obediencia de Pablo, que al fin de su vida pudo decir: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. (2 Timoteo 4.7).

¿A QUIÉN DEBEMOS OBEDECER?

A partir de los ejemplos anteriores, surge entonces la pregunta: ¿a quién debemos obedecer? Nuestra
obediencia es a Dios, en primer lugar. Pero ¿Cómo obedecerle, siendo Él Dios invisible y trascendente?

Debemos obedecer a Dios a través de su Palabra. No obstante su trascendencia, o sea, su elevada posición como Creador de todas las cosas, que habita en un trono alto y sublime, Dios se nos reveló a través de su Palabra y de Jesucristo su Hijo. Por lo tanto, al estudiar la Biblia, descubrimos los principios que Él estableció para regir nuestra vida, como cristianos, en este mundo. La Palabra de Dios es nuestra regla de oro de la fe, la norma de obediencia a Dios. El Espíritu Santo, a su vez, ilumina nuestra mente y nos ayuda a descubrir cómo poner en práctica en nuestro diario vivir los mandamientos bíblicos. Él es el mejor intérprete de las Escrituras.

Debemos obedecer a la Iglesia. La Iglesia es la fiel depositaria del plan de salvación, en la persona de Jesucristo. A ella estamos ligados mediante el nuevo nacimiento. Siendo así, debemos obediencia a la Iglesia. En el primer Concilio de la Iglesia, en Jerusalén, para discutir la cuestión del legalismo, mencionado en Hechos 15, está claro que ella tuvo participación en las decisiones sobre lo que los gentiles debían o no acatar. Siempre es bueno recordar que esta obediencia es a la luz de la Palabra, y no al contrario. No es la Iglesia la que establece lo que la Biblia enseña, sino la Biblia la que establece lo que la Iglesia debe hacer. Todo cuanto ella hace o enseña no puede basarse en textos aislados, sino en los principios generales de la Biblia. Un principio sólo puede considerarse así si tuviera apoyo en toda la Palabra de Dios. Si no, puede ser una buena opinión, pero no un principio bíblico. El gran error de la Iglesia Romana, entre otros a lo largo de la historia, fue que, para justificar sus herejías, invirtió el papel: Ella llegó a ser más importante que la Biblia y a arbitrar lo que esta enseña. Por lo tanto, debemos tener en mente que la
Palabra de Dios es siempre el fundamento de nuestra obediencia.

Debemos obedecer a nuestros pastores. Si la Biblia es nuestro árbitro, ella determina que debemos
también obedecer a nuestros pastores. Lea lo que está escrito en Hebreos 13.17.
No obstante ser la salvación individual, usted descubrió que la responsabilidad de ministrar a nuestra
vida es del pastor, a quien Dios le va a pedir cuentas un día. Le corresponde, por lo tanto, exponer la palabra para nuestra enseñanza y nuestro crecimiento espiritual. De nuestra parte, como determina la Biblia, nos corresponde considerar sus consejos, oírle las recomendaciones y obedecerle, siempre consultando la Biblia, pues este es un derecho de todos los creyentes: tener acceso directo a la santa Biblia para comparar la enseñanza que está recibiendo con la Palabra de Dios. Aquí vale la siguiente cautela. Si, por casualidad, usted discrepa de lo que piensa la mayoría de la Iglesia, encienda una luz de advertencia, pues el Espíritu Santo no puede discrepar consigo mismo, dándole una iluminación diferente de la concedida a los líderes y a la Iglesia.

Estudios Bíblicos | Discipulado 1

EFECTOS DE LA OBEDIENCIA

Para finalizar, vea, en la Biblia, los efectos de la obediencia en la vida de los que la practican:

  1. Los que obedecen a Dios tienen el Espíritu Santo. “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y
    también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5.32).
  2. Los que obedecen a Dios son inquebrantables. “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca” (Mateo 7.24).
  3. Los que obedecen a Dios son conocidos. “Porque vuestra obediencia ha venido a ser notoria a todos, así que me gozo de vosotros; pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal” (Romanos 16.19).
  4. Los que obedecen a Dios lo glorifican. “Pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos” (2 Corintios 9.13).
  5. Quien obedece a Dios es irreprensible. “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.

Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2.12-15).