
Muchos padres comienzan la batalla con las pantallas estableciendo reglas: “No más de una hora al día”, “Nada de celular en la mesa”, “No videojuegos entre semana”. Y aunque esas normas son necesarias, Jonathan McKee, en el capítulo 3 de Padres, hijos y las pantallas, nos muestra que el verdadero desafío no es controlar el comportamiento de nuestros hijos, sino formar su corazón.
Las reglas pueden mantener el orden, pero solo la formación transforma.
Cuando las reglas no son suficientes
McKee abre el capítulo contando experiencias de padres frustrados. Han creado sistemas de horarios, restringido el Wi-Fi e incluso escondido los dispositivos, pero nada parece funcionar por mucho tiempo. Los hijos encuentran nuevas formas de conectarse o simplemente se rebelan contra las restricciones.
El problema, dice McKee, es que las reglas por sí solas no cambian la motivación interna del corazón. Un adolescente puede obedecer para evitar castigos, pero seguirá deseando aquello que se le prohibe. Y tarde o temprano, si no desarrolla autocontrol, caerá en los mismos excesos una vez que los padres no estén presentes.
Por eso, McKee insiste: nuestro objetivo no es criar hijos que obedezcan por miedo, sino jóvenes que elijan sabiamente porque entienden el porqué de las decisiones.
Criar desde el corazón, no desde el control
En lugar de convertirnos en “policías de pantallas”, McKee nos invita a asumir el rol de mentores. Ser mentores significa acompañar, guiar, enseñar con el ejemplo y mantener abiertas las puertas del diálogo.
Esto implica cambiar la mentalidad. En vez de pensar:
“¿Cómo hago para que mi hijo deje el celular?”
Debemos preguntarnos:
“¿Cómo lo ayudo a amar lo suficiente la vida real como para no refugiarse en una pantalla?”
Esa diferencia de enfoque lo cambia todo. El control puede lograr obediencia temporal; la formación del corazón genera convicción duradera.
La raíz del problema: ¿por qué las pantallas son tan atractivas?
McKee explica que detrás del uso excesivo de pantallas hay necesidades emocionales legítimas: conexión, diversión, validación, escape. Las redes sociales ofrecen una versión rápida y superficial de esas necesidades. Los jóvenes no están buscando solo entretenimiento, sino sentido, compañía y aprobación.
Si los padres solo responden con prohibiciones, no están abordando la raíz del problema. En cambio, si ayudamos a los hijos a reconocer lo que realmente buscan —aceptación, seguridad, propósito—, podemos redirigir esas necesidades hacia relaciones y actividades más sanas.
Por ejemplo:
- Un hijo que pasa horas en videojuegos tal vez busca sentirse competente y valorado. Ayudarle a descubrir talentos reales fuera de la pantalla puede satisfacer esa necesidad.
- Una hija que publica fotos constantemente quizás anhela ser vista y apreciada. Pasar tiempo genuino con ella, escucharla y afirmar su valor puede reducir su dependencia de la aprobación virtual.
En otras palabras, las pantallas no son el enemigo; son el síntoma de un corazón que busca llenar un vacío.
Conversaciones que transforman
Uno de los puntos más prácticos del capítulo es el llamado a conversar más y sermonear menos. McKee recuerda que los adolescentes aprenden mejor cuando sienten que se les escucha.
Hablar sobre tecnología no tiene que ser una pelea. Puede ser una oportunidad para conectar. Él sugiere tres principios para esas conversaciones:
- Haz preguntas, no discursos. Pregunta qué opinan de lo que ven, qué les gusta o qué les preocupa. Así abres un espacio donde pueden reflexionar sin sentirse atacados.
- Escucha sin interrumpir. A veces, los hijos solo necesitan ser comprendidos. Cuando se sienten escuchados, están más dispuestos a escuchar también.
- Aprovecha los momentos naturales. Una película, una noticia o una situación cotidiana pueden ser el punto de partida para hablar sobre valores, límites y decisiones.
La meta no es controlar lo que consumen, sino enseñarles a pensar críticamente sobre lo que consumen.
Dar ejemplo: la autoridad moral del testimonio
McKee es muy claro en este punto: los hijos no necesitan padres perfectos, pero sí padres coherentes. Si exigimos que ellos desconecten sus teléfonos mientras nosotros pasamos todo el día frente a una pantalla, el mensaje se contradice.
Muchos adolescentes no rechazan los valores de sus padres, sino la incoherencia con que los aplican. Por eso, el cambio empieza en nosotros.
Apagar el celular durante las comidas, dejarlo fuera del dormitorio, o establecer momentos sin tecnología no son solo reglas: son actos de liderazgo emocional. Nuestros hijos necesitan ver que también nosotros luchamos por tener equilibrio.
Disciplina con gracia
Formar el corazón también implica corregir. Pero McKee propone una disciplina distinta: una que combina verdad y amor. No se trata de castigar con enojo, sino de enseñar con propósito.
Cuando un hijo rompe un límite digital, el objetivo no debe ser hacerlo sentir culpable, sino ayudarle a reconocer por qué esa regla existía y qué puede aprender de la experiencia.
Por ejemplo, si un adolescente usa su teléfono de noche cuando debía dormir, el castigo podría incluir no solo quitar el dispositivo, sino conversar sobre los efectos del sueño interrumpido, el autocontrol y la responsabilidad. Así, la corrección se convierte en una oportunidad formativa.
La meta no es tener hijos obedientes, sino hijos sabios.
Reglas que nacen del diálogo
Aunque el capítulo enfatiza el corazón, McKee no descarta las reglas. Las considera necesarias, pero siempre como fruto del diálogo, no de la imposición.
Un ejemplo práctico que sugiere es crear en familia un “acuerdo digital”. Este documento no tiene que ser legalista; puede incluir compromisos como:
- No usar pantallas durante las comidas.
- Entregar los dispositivos antes de dormir.
- No publicar fotos sin permiso de otros.
- Priorizar deberes y responsabilidades antes del entretenimiento.
Cuando los hijos participan en la creación de estas reglas, las perciben como acuerdos familiares, no como imposiciones arbitrarias. Además, entienden el porqué detrás de cada norma.
De la obediencia al autocontrol
El verdadero éxito, dice McKee, no se mide por la cantidad de horas que nuestros hijos pasan desconectados, sino por su capacidad de autocontrol cuando nosotros no estamos mirando.
Ese es el fruto de un corazón formado: cuando un joven decide apagar su celular para concentrarse, cuando opta por hablar con sus padres en lugar de aislarse, cuando elige no mirar contenido que le aleja de sus valores.
Ese tipo de madurez no se logra de un día para otro. Es el resultado de años de acompañamiento, paciencia y oración.

Padres Hijos y las Pantallas
Padres, hijos y las pantallas es una guía para padres que proporciona respuestas a preguntas esenciales y temas clave para ayudarles a establecer límites en el uso de los dispositivos para sus hijos.
La fe como fundamento del equilibrio
McKee también aborda el aspecto espiritual. La batalla con las pantallas no es solo de hábitos, sino del alma. En un mundo que ofrece gratificación instantánea, los hijos necesitan descubrir la profundidad y el propósito que solo se encuentran en Dios.
Los padres tienen la misión de ayudarles a ver que su valor no depende de los “likes” ni de la popularidad, sino de su identidad como hijos de Dios.
Esto puede cultivarse en momentos sencillos:
- Tener tiempos familiares de lectura bíblica o oración.
- Conversar sobre cómo aplicar principios bíblicos en el uso de redes sociales.
- Enseñar que la autodisciplina es una forma de adoración: cuidar lo que vemos, lo que decimos y cuánto tiempo dedicamos a cada cosa.
Cuando el corazón se orienta hacia Dios, las pantallas dejan de ser un ídolo y se convierten en herramientas.
Historias de transformación
A lo largo del capítulo, McKee comparte testimonios de familias que lograron un cambio real. En cada caso, el punto de inflexión no fue una nueva aplicación de control parental, sino una nueva actitud del corazón.
Un padre descubrió que su hijo pasaba tanto tiempo en redes porque se sentía solo. En lugar de regañarlo, comenzó a pasar más tiempo con él, haciendo actividades fuera de casa. El cambio fue gradual, pero profundo: el joven empezó a usar su teléfono de manera más equilibrada porque ya no necesitaba escapar.
Otro caso fue el de una madre que decidió dejar el celular fuera del dormitorio y propuso lo mismo a sus hijos. Al principio hubo resistencia, pero con el tiempo la familia comenzó a dormir mejor, conversar más y reducir conflictos.
Pequeños gestos, grandes resultados.
Conclusión: ganar el corazón, no la batalla
El mensaje final del capítulo 3 es claro: no se trata de ganar la batalla contra las pantallas, sino de ganar el corazón de nuestros hijos.
Podemos imponer reglas, restringir horarios y controlar contraseñas, pero si no formamos su interior, todo eso se derrumbará tarde o temprano. Lo que realmente perdura es la relación, la confianza y el ejemplo.
Criar desde el corazón no significa renunciar a la autoridad, sino ejercerla desde el amor. Significa recordar que nuestro objetivo no es tener hijos perfectos, sino hijos que amen la verdad, valoren la vida y sepan discernir entre lo que les edifica y lo que los esclaviza.
Y eso comienza con nosotros: padres que también aprendemos a mirar menos la pantalla y más los ojos de nuestros hijos.