Llamados a ser Santos: El compromiso que transforma vidas

Inspirado en el libro “El Impacto de la Santidad” de Luciano Subirá


En muchas iglesias de hoy, la palabra “santidad” ha sido relegada al silencio. No por ser ofensiva, sino porque ha sido malinterpretada. Algunos la ven como legalismo; otros, como un ideal inalcanzable. Pero en las Escrituras, la santidad no es una sugerencia ni un complemento para los más piadosos. Es una orden directa de Dios. Y según lo afirma el pastor y autor Luciano Subirá, es el primer llamado que todo creyente recibe.

Un llamado que va más allá del servicio

La mayoría de los cristianos, especialmente aquellos que sirven activamente en la iglesia, suelen asociar el llamado divino con alguna tarea: predicar, evangelizar, liderar o servir. Pero Subirá enfatiza que el primer llamado de Dios no es a hacer, sino a ser. En 1 Corintios 1:2, el apóstol Pablo no solo habla a los creyentes de Corinto como miembros de una comunidad cristiana, sino como “llamados a ser santos”.

Este enfoque cambia completamente la perspectiva. No se trata de cuánto se hace para Dios, sino de cuánto se parece el creyente a Dios. La santidad es, ante todo, un asunto de identidad, no de desempeño.

La trampa del activismo Espiritual

En su libro, Subirá advierte sobre un error común en el liderazgo cristiano: medir la efectividad espiritual por la productividad ministerial. Muchas personas hacen mucho, pero son poco. Jesús mismo confrontó esta actitud en Mateo 7:22-23, cuando habló de aquellos que profetizaron, echaron fuera demonios y realizaron milagros, pero fueron rechazados porque no fueron conocidos por Él.

Para Subirá, este pasaje no deja lugar a dudas: las obras por sí solas no justifican la ausencia de carácter. El Señor no busca solo siervos productivos, sino hijos transformados.

La Santidad como identidad, no como esfuerzo humano

El autor aclara que la santidad no es un logro alcanzado por mérito propio, sino el resultado de una nueva naturaleza recibida en Cristo. A través del nuevo nacimiento, el creyente se convierte en participante de la naturaleza divina (2 Pedro 1:3-4), lo que le capacita para vivir de forma santa. La santidad, por tanto, no es simplemente una lista de reglas, sino una vida coherente con la identidad de hijo de Dios.

Pero esto no implica pasividad. La gracia de Dios habilita, pero el creyente debe cooperar con ella. La santidad requiere decisión, entrega y disciplina diaria. Requiere rendición.

Santidad: mandato, no alternativa

Uno de los aspectos que más enfatiza Subirá es que la santidad no es opcional. Citando 1 Pedro 1:15-16, recuerda que Dios ordena a sus hijos ser santos “en toda su manera de vivir”. Este es un llamado que abarca cada área: pensamientos, palabras, decisiones, relaciones y actitudes.

A. W. Tozer, a quien Subirá cita con frecuencia, explicó que el mandato “Sed santos” es tan claro que solo se tropieza con él quien se acerca con una espiritualidad superficial. Según Tozer, ningún creyente sincero tiene el derecho de ignorar esta exigencia.


Dios nos llama a la santidad. Pero ¿qué es exactamente la santidad?

¿Cuáles son sus etapas? Cómo sucede la santificación? ¿Cuál es la participación divina y cual es la participación humana? ¿Cómo cubre cada aspecto de nuestro ser? ¿Cuál es nuestra responsabilidad en el proceso?


El liderazgo que Dios busca

Una parte fundamental del mensaje de El Impacto de la Santidad es la confrontación a un modelo de liderazgo que valora más la habilidad que el carácter. Subirá recuerda que en 1 Timoteo 3, Pablo da una lista de requisitos para el liderazgo espiritual. Solo uno de ellos tiene que ver con capacidad: “apto para enseñar”. Todos los demás son aspectos del carácter: sobriedad, fidelidad, dominio propio, hospitalidad, entre otros.

Sin embargo, en muchas iglesias modernas, el criterio más usado para reconocer a un líder es su desempeño público. Esta distorsión ha producido generaciones de ministros talentosos pero inestables, con escasa autoridad espiritual y gran exposición.

El orden de Dios: Firmes antes que fructíferos

En 1 Corintios 15:58, Pablo insta a los creyentes a ser “firmes, constantes, y abundar en la obra del Señor”. Subirá subraya la secuencia: primero firmeza, luego fruto. El activismo sin profundidad espiritual produce agotamiento y, en muchos casos, hipocresía. Por el contrario, la vida que se edifica en carácter —aunque crezca más lentamente— es duradera y produce fruto eterno.

Isaías: Santificado antes de ser enviado

El ejemplo del profeta Isaías es revelador. En Isaías 6, antes de decir “Heme aquí, envíame a mí”, Isaías reconoció su impureza. Fue confrontado con la santidad de Dios y solo después de ser limpiado pudo responder al llamado.

Este orden —purificación antes de comisión— es el mismo que Dios busca hoy. Antes de enviar, Dios santifica. Antes de usar a alguien en el ministerio, desea formarlo en el carácter.

El cuidado de no ignorar la advertencia

En Apocalipsis 2, Jesús elogia a la iglesia de Éfeso por su arduo trabajo, su discernimiento doctrinal y su perseverancia. Pero la reprende por haber abandonado su primer amor. La advertencia es contundente: si no se arrepienten, quitará su candelero. Es decir, perderán su autoridad espiritual.

Subirá explica que esto no es una advertencia menor. Es la confirmación de que Dios no acepta servicio que no nace del amor y de la comunión con Él. Un ministerio sin santidad no tiene futuro. Puede impresionar a los hombres, pero no al cielo.

Santidad: El camino al avivamiento real

Citando a figuras como Billy Graham y Abe Huber, Subirá afirma que todo avivamiento verdadero ha estado precedido por un avivamiento de santidad. No puede haber gloria sin limpieza. No puede haber poder sin pureza.

El autor reconoce que el mensaje de santidad no es popular. Pero también afirma que es absolutamente necesario. Sin santidad, nadie verá al Señor. Y sin ella, ningún ministerio tendrá impacto eterno.

El Ser, luego el hacer

Luciano Subirá ha sido claro: la santidad no es el resultado de una vida espiritual avanzada, es el punto de partida. Ser santo no es una opción, es la esencia de lo que significa ser cristiano.

En una era donde los resultados visibles son celebrados, es urgente volver a lo invisible: el carácter. La santidad es el terreno firme donde todo ministerio duradero debe edificarse. Sin ella, incluso el éxito visible es una ilusión.

Dios está levantando una generación de hombres y mujeres que no solo quieren hacer cosas para Él, sino parecerse a Él. Personas que entienden que antes de predicar, hay que obedecer. Que antes de liderar, hay que reflejar. Y que, en todo, el llamado más alto no es a los escenarios, sino a la semejanza de Cristo.