La Clase de Persona que Dios Usa.

Formando Discípulos que Transforman.

En una época marcada por la inmediatez y la superficialidad, el llamado de Jesús a “hacer discípulos” (Mateo 28:19-20) sigue siendo tan contracultural como urgente. En su obra clásica El discípulo se hace, no nace, Walter A. Henrichsen nos recuerda que el discipulado no es un evento, sino un proceso profundo que involucra inversión, transformación y, sobre todo, fidelidad. Pero ¿qué tipo de persona puede llevar adelante esta tarea? ¿Qué clase de carácter debe tener quien forma a otros en Cristo?

Una Visión Multiplicadora: El Corazón del Discipulado

Jesús no murió por una causa, sino por personas. Su método fue relacional y deliberado. Escogió a doce hombres para estar con Él, enseñarles y luego enviarlos a predicar. A través de ellos, esperaba alcanzar al mundo. Esta estrategia de multiplicación —discipular a otros que a su vez discipulen a otros— no fue un plan secundario; fue el método principal del Maestro.

El apóstol Pablo lo entendió perfectamente. En 2 Timoteo 2:2 instruyó a su discípulo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” Este modelo intergeneracional es el fundamento del crecimiento saludable de la iglesia.

El Verdadero Discipulado Requiere Fidelidad

Henrichsen insiste en que el discipulado permanece o cae según la fidelidad del discípulo. No basta con el conocimiento bíblico; se requiere integridad, convicción y madurez espiritual. Un verdadero discípulo transmite no solo lo que sabe, sino lo que es. Las relaciones discipuladoras son transformadoras porque implican vida compartida, no solo enseñanza teórica.

La pregunta clave es: ¿cuáles son las características de una persona fiel a la que Dios puede usar?

1. Vive con un Objetivo Eterno

El discípulo fiel ha adoptado como propósito de vida lo que Dios presenta en las Escrituras: “Buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). Esto significa que la carrera, el dinero o el reconocimiento no definen su vida. Su vocación es un medio, no un fin.

Henrichsen cuenta el caso de un abogado exitoso que, a pesar de generar grandes ingresos para su firma, fue ignorado como socio por no hacer de su trabajo su máxima prioridad. Su compromiso era con el Reino, no con el éxito profesional. Dios puede bendecir a personas así porque sus prioridades están alineadas con lo eterno.

2. Está Dispuesto a Pagar el Precio

El discipulado no es cómodo. Implica sacrificios, decisiones difíciles y renuncias. Pablo le recordó a Timoteo que sería como un soldado que evita enredarse en los asuntos de la vida civil (2 Timoteo 2:3-4). Seguir a Jesús significa rendirlo todo: posesiones, sueños, seguridad, incluso relaciones personales.

Henrichsen plantea preguntas incisivas: ¿Tu dinero está sometido a Cristo? ¿Tus decisiones reflejan su señorío? ¿Eres capaz de dar más allá de lo que te resulta cómodo? El verdadero discípulo vive con las manos abiertas y el corazón rendido.

3. Ama la Palabra de Dios

Un rasgo imprescindible en quien Dios utiliza es el amor por las Escrituras. Jeremías dijo: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí…” (Jeremías 15:16). El discípulo fiel no solo lee la Biblia, la saborea. Estudia sistemáticamente, memoriza versículos y se somete a su autoridad.

Henrichsen relata cómo un carpintero, sin estudios teológicos, dedicaba diez horas semanales a escudriñar la Palabra. ¿Cuánto tiempo dedicamos nosotros a estudiar lo único que puede transformar nuestras vidas?

4. Tiene un Corazón Servicial

En contraste con el deseo natural de dominar, Jesús enseñó que la grandeza está en servir (Mateo 20:26-28). Lavó los pies de sus discípulos y nos dejó un ejemplo claro: el líder es el primero en servir. Esta mentalidad es esencial en el discipulado. No se trata de controlar, sino de equipar.

Henrichsen recuerda que el lema de la Real Academia Militar Británica es “Servir para dirigir”. ¿Estamos dispuestos a lavar los pies de otros antes de guiarlos?

Con toda certeza, hacer discípulos es un reto. Pero si somos fieles a la Gran Comisión que Cristo nos dio, experimentaremos la satisfacción que viene de ser fieles a la misión y a la vida que Dios nos ha llamado.

5. No Confía en la Carne

El discípulo fiel sabe que su fuerza está en Dios, no en sí mismo. Pablo dijo: “Tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiáramos en nosotros…” (2 Corintios 1:9). Confiar en la carne —en nuestras habilidades, carisma o experiencia— nos hace vulnerables.

Una señal clara de confianza en la carne es comenzar el día sin depender de Dios. ¿Cuántas veces abordamos nuestras agendas sin buscar su guía? La autosuficiencia es un enemigo silencioso del discipulado efectivo.

6. No Tiene un Espíritu Independiente

En una cultura que exalta la autonomía, el discipulado requiere comunidad y humildad. Dios obra a través del cuerpo de Cristo, no de francotiradores espirituales. Henrichsen advierte contra el espíritu de “hacer lo que uno quiere” y destaca que los verdaderos discípulos se someten a otros por amor y por la misión común.

Un joven le dijo una vez: “Escucho a Dios, pero no a los hombres.” Esa actitud es peligrosa, porque Dios usa personas para moldearnos, corregirnos y guiarnos.

7. Ama a las Personas

El discipulado es, en esencia, relacional. Juan escribió: “En esto consiste el amor… en que él nos amó” (1 Juan 4:10). No podemos decir que amamos a Dios si no amamos a las personas. Henrichsen dice que muchos aman al mundo… pero no soportan a la gente. El verdadero discípulo invierte en personas, aunque eso implique incomodidad, dolor y sacrificio.

8. No Se Queda Atrapado en el Resentimiento

La amargura es un veneno silencioso que destruye relaciones y ahoga el crecimiento espiritual. Hebreos 12:15 advierte sobre la raíz de amargura que contamina. Muchos dejan de crecer como discípulos porque no saben perdonar o se ofenden fácilmente.

El discípulo fiel aprende a soltar el pasado, a perdonar y a avanzar. No permite que el daño (real o percibido) lo detenga.

9. Es Disciplinado

Finalmente, el discípulo es una persona disciplinada. Pablo lo dijo con fuerza en 1 Corintios 9:24-27: él corría, luchaba, y se negaba a sí mismo para no ser descalificado. La disciplina no es legalismo, es amor estructurado. No se trata de ser perfectos, sino de vivir con propósito, dominio propio y perseverancia.

Henrichsen advierte sobre el peligro de ceder continuamente ante distracciones. Cada decisión moldea un hábito, y cada hábito forma un destino. Un discípulo no es producto del azar; es el resultado de la obediencia diaria.

Dios Usa Personas Comunes con Corazones Rendidos

Henrichsen lo resume de forma contundente: la medalla espiritual no la gana quien comienza bien, sino quien se disciplina, quien persevera y mantiene el objetivo claro. Dios no busca talento extraordinario, sino corazones disponibles. Hombres y mujeres fieles. Personas que viven para su Reino, aman su Palabra, sirven con humildad y discipulan con integridad.

En un mundo necesitado de modelos, Dios sigue buscando discípulos comprometidos que, como Pablo con Timoteo, estén dispuestos a invertir sus vidas en otros. El llamado sigue vigente. La pregunta es: ¿estamos dispuestos?