Mi hijo Daniel tiene dos años de edad. Su historia de vida es bien particular, como la de todos los niños que nacen.
Cuando mi esposa tenía seis meses de gestación, el doctor nos advirtió la posibilidad de que nuestro hijo nacería con síndrome de Down. Dos meses después se confirmaría la noticia al momento dar a luz.
Como se lo podrán imaginar, mi esposa y yo, primero, no estábamos preparados para ser padres (creo que nadie lo esta) y segundo, menos de un niño con esta especialidad. Mil y una preguntas rondaron por mi cabeza, ¿Qué voy a hacer en esta situación? Y ahora ¿Cómo hago para replantear todos los proyectos que tenía en mente sobre la crianza de mi hijo?
En cierta manera considero que es la situación que vive el maestro cristiano cuando se enfrenta a la exigente labor de enseñar a esta generación de jóvenes en nuestro paradójico contexto Latinoamericano lleno de temores y de retos, de verdades y escepticismo, de angustia y esperanza. Como un abrumado e inexperto padre frente a un duro reto de la vida, que descansa en la infinita gracia de su buen Dios, así, de esa misma manera se necesitan maestros que continúen desarrollando su trascendental labor en la obra del Señor en medio de una generación con características especiales, con necesidades esenciales y gigantescos retos de fe.
Cuando mi hijo comenzó a asistir a sus terapias de aprendizaje y estimulación, esto requería un gran esfuerzo por parte de mi esposa, ya que por razones de mi empleo y los compromisos adquiridos no podía acompañarla a todas las actividades con Daniel. Le veía en ocasiones salir temprano de casa y llegar tarde, posponer planes personales y descansos bien merecidos; pero no pasó mucho tiempo para ver los primeros frutos de su esfuerzo de amor. En clase el pequeño Daniel tenía avances significativos. Los tutores y padres de familia admiraban al niño desarrollando sus ejercicios de manera ágil y precisa, las personas aplaudían su adelanto y le animaban para el siguiente ejercicio. Pero detrás de tan admirados logros había una madre esforzada.
Es algo similar cuando el maestro cristiano prepara las útiles herramientas que entregará a sus estudiantes para que apliquen en la vida y de esta manera guiarlos a disfrutar con mayor intensidad de ella. Sus estudiantes ocupan su mente tanto como su corazón. Mientras prepara su clase, diseña como hábil arquitecto los trazos delicados del edificio en construcción; medidas exactas de la Palabra de vida marcadas por líneas gruesas de oración sobre las hojas limpias de su conciencia y testimonio de vida son los planos que usa Dios para levantar una generación de jóvenes amantes de la verdad, la justicia y la honestidad. Pero este trabajo, que tiene su esencia en lo secreto y discreto, quizás hoy en día no tenga muchos amigos y seguidores, ya que para tal labor se tiene en cuenta quién es el maestro en su intimidad y no tan sólo sus resultados luminosos de lo que hace en publico.
En una ocasión uno de mis discípulos que vi crecer en la iglesia, un joven muy inteligente y serio se acercó para hablar conmigo luego de concluir una conferencia sobre «La pureza, el desafío del joven hoy», me dijo: Yo había atrasado esta conversación por dos años, necesito ayuda en mi área sexual. Cuando su corazón se abrió para hablarme con sinceridad, fue como encontrar la respuesta a las noches de oración previas a la conferencia, cuando rogaba a Dios por ese tema y la vida de mis jóvenes; a aquellas horas invertidas investigando, preparando y ordenando sistemáticamente el material que les entregaría, esperando Dios usara para bendición. Ahí estaba el resultado. Por tal motivo creo que nuestro mensaje como maestros cristianos tiene repercusiones en la vida de nuestros jóvenes para enfrentar sus realidades apremiantes con esperanza y anclados en la verdad.
Visto así, el poder de la enseñanza yace en lo oculto con Dios, porque es allí donde se recibe el alimento fresco y nutritivo que sólo el Padre puede proporcionar para ser preparado y entregado a sus amados hijos en la dosis y medida exactas.
Retomando la analogía con mi pequeño hijo aprendí que no se trata de replantear los proyectos de educación ni de familia; lo que debo hacer es mirarle, mirarme y mirar la realidad bajo los lentes de Dios; y tal visión sólo es posible cuando me acerco a conocer el corazón de mi Padre Celestial en lo secreto descubriendo así que destila amor por mi pequeño y misericordia por su inexperto progenitor.
El logro de los estudiantes, es el esfuerzo de amor en lo secreto con Dios de un dedicado profesor.
___
Autor: Jianny Palacio López, Pastor de jóvenes en la Iglesia Cristiana Cuadrangular Envigado – Medellín, Colombia