Formación y crecimiento son dos expresiones que poseen un sentido similar cuando se trata del progreso personal en cualquier área de la vida humana –física, mental o espiritual. No existe ninguna diferencia cuando decimos que alguien está en proceso de formación o de crecimiento. Se presupone que un ser humano crecido también está formado.
Es evidente, sin embargo, que esa formación se puede dar en diversas áreas, como ya mencionamos. Pero, en esta oportunidad, tomaremos las palabras crecimiento y formación como sinónimos.
Podemos ver esta correlación del sentido textual en el Evangelio de Lucas: «Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2:52). Observamos aquí un triple crecimiento: sabiduría (crecimiento moral e intelectual), estatura (crecimiento físico) y gracia (conocimiento espiritual). Nuestro enfoque estará puesto en el crecimiento espiritual.
El registro de 1 Pedro 2:2 hace una evidente comparación entre el nacimiento físico y el espiritual, demostrando la importancia que tiene la Palabra de Dios para nuestro crecimiento tal como lo tiene la leche para los niños: «Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación».
En su libro «El poder de Dios» (pág. 115), A.W. Tozer (1897-1963) dice lo siguiente: «El nuevo nacimiento no da como resultado el producto acabado. (…) Él (cristiano) puede amoldarse, colocándose primero en manos del Supremo Artista, Dios, y luego sujetándose a las santas influencias y a los poderosos formadores que hagan de él un hombre de Dios.»
Todos sabemos que los educadores de la Escuela Dominical forman parte de ese séquito de poderosos formadores capacitados por Dios para la formación espiritual de los santos. Además, queda explícito el objetivo divino tanto en la formación espiritual de los santos como de los ministerios que fueron establecidos para ello, según lo que dice en Efesios 4:11-16. Perfeccionamiento, edificación, estatura, crecimiento y ayuda son expresiones que encontramos en ese texto paulino, que poseen estrecha relación con el proceso de formación espiritual del cual estamos hablando. El proceso comienza con el nacimiento y continúa durante toda la vida.
Ese panorama es el que refleja el mandato bíblico dado por el Creador antes de la liberación de los israelitas (Éx 12:24-27; 13:8-14), que fue reiterado antes de la conquista de Canaán: «Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.»(Deuteronomio 6:6-9).
El registro bíblico nos lleva a considerar también la práctica de la educación cristiana en la vida cotidiana. ¿Hemos adoptado el modelo de lectura de las Sagradas Escrituras en el seno familiar? Actualmente la sociedad moderna ha sido meta del fortísimo impacto de las tecnologías y de los nuevos modelos de relación en el seno familiar.
Una de las misiones principales de la Escuela Dominical para la formación espiritual de los alumnos es lograr que los padres se preocupen por tomar decisiones espirituales en favor de sus hijos en el ámbito del hogar. Pero para que eso suceda es necesario que los líderes reflexionen acerca de la conducta adoptada en torno del proceso de formación espiritual. ¿Estamos transmitiendo realmente la Palabra de Dios? Si es así, ¿de qué manera? ¿Cómo llevamos a la práctica las verdades bíblicas? ¿Damos ejemplo de la práctica de ejercicios espirituales en el ámbito de nuestra familia, tales como la oración, el ayuno y la lectura de la Biblia? ¿Intercedemos por nuestros hijos? ¿Les transmitimos consejos extraídos de la Palabra de Dios? ¿Construimos un ambiente espiritualmente sano dentro de nuestra casa?
Como líderes, no tendremos autoridad para enseñar acerca de cómo rescatar esa postura cristiana si no nos analizamos a nosotros mismos y si no realizamos, con sinceridad, los debidos cambios en nuestras estructuras mentales, cerrando eventuales brechas que se hayan abierto a lo largo del tiempo.
En estos días de intensa comunicación es urgente redimensionar nuestro tiempo, redimiéndolo (Efesios 5:16), con el objetivo de optimizar su administración sin dejar de mantener la práctica de los fundamentales ejercicios espirituales diarios.
«Una de las misiones principales de la Escuela Dominical para la formación espiritual de los alumnos es lograr que los padres se preocupen por tomar decisiones espirituales en favor de sus hijos en el ámbito del hogar».
La Escuela Dominical es una herramienta extraordinaria para influenciar a todas las familias cristianas, comenzando por los padres. No podemos ofrecer a las familias de la iglesia soluciones espirituales que no incluyan el ámbito del hogar. Lo que se enseña en la Escuela Dominical debe verse reflejado en los hogares.
Una iglesia con la agenda llena de programas y repleta de actividades ha sido el modelo difundido hacia afuera, dando la impresión de que basta con que la familia frecuente tales programas de la iglesia para que su crecimiento espiritual esté garantizado. Sin embargo, ¡eso es una irresponsabilidad! Ninguna iglesia puede prescindir de una Escuela Dominical fuerte y de familias que cuiden su estructura espiritual en el ámbito del hogar.
Éramos más fervorosos y crecíamos mucho más cuando nuestras casas eran la primera iglesia, cuando la célula familiar era el lugar en donde todos oraban juntos, cantaban y leían la Palabra de Dios. El tiempo pasó y muchas cosas cambiaron. Los hogares fueron invadidos por muchas novedades y opciones modernas, a tal punto que las prácticas simples de piedad y devoción se fueron dejando de lado.
Hoy, para muchos, la Biblia permanece cerrada en alguna esquina de la casa, esperando ser llevada al templo en el próximo culto –eso para aquellos que aún hacen uso del libro impreso.
Los creyentes de la iglesia primitiva tenían el hábito de reunirse por las casas y en los templos (Hechos 2:46). En verdad, no precisamos alejarnos demasiado en el tiempo: generaciones cercanas a nosotros jamás descuidaban el hábito del culto doméstico. ¡Muchas fueron las congregaciones que comenzaron en los hogares de dichos creyentes!
La actual dinámica de la vida moderna, a la cual nosotros mismos nos sometemos, no permite que sea fácil el regreso completo a las prácticas tradicionales. Pero no podemos conformarnos con aceptarlo. Debemos recuperar todo lo que podamos de los ejercicios espirituales en el ámbito del hogar, individualmente y en familia.
En ese sentido, la Escuela Dominical, que trabaja con toda la familia (desde los niños hasta los ancianos), puede y debe ser un instrumento importantísimo de promoción espiritual de la vuelta a los fundamentos del pentecostalismo clásico.
«Ninguna iglesia puede prescindir de una Escuela Dominical fuerte y de familias que cuiden de su estructura espiritual en el ámbito del hogar».